En su «batalla cultural» contra el progresismo, Javier Milei nunca había corrido tantos riesgos de sufrir un efecto boomerang como en la marcha de repudio a su discurso en el Foro de Davos. A esta altura, el gobierno dejó en evidencia que cometió uno de sus peores errores comunicacionales y que está desplegando el plan de «control de daños».
Para empezar, porque el propio Milei se sintió obligado, el domingo pasado -después de un acto del colectivo LGBT en el parque Lezama- a aclarar sus dichos y a ratificar que, como liberal, no se opone a ninguna orientación sexual. En un giro retórico, después de haber hablado explícitamente sobre abusos y pedofilia, intentó encauzar la discusión al debate sobre la cooptación del Estado por parte de quienes quieren imponer «políticas de género» y embolsar dineros públicos.
«Somos liberales. El respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo es parte de nuestro ADN. Lo que no vamos a tolerar nunca, y lo que la sociedad ya no tolera más, es pretender imponer desde el Estado un trato desigual frente a la ley, con el único fin de obtener privilegios», escribió el presidente.
Al mismo tiempo, como para reforzar ese mensaje, el ministro de justicia, Mariano Cúneo Libarona, publicó una columna en la que dijo que en 2023, durante el gobierno peronista, se había llegado al récord de crímenes contra mujeres, y que eso había ocurrido a pesar de que el Estado había gastado u$s300 millones en el funcionamiento del Ministerio de la Mujer. En 2024, ya con ese ministerio abolido, la estadística de crímenes contra mujeres bajó 10%.
Pero el error ya se había cometido. El presidente, que venía disfrutando una saga de celebraciones por una serie de indicadores económicos positivos, y que llegaba de una gira por Washington -invitado por el mismísimo Donald Trump– y de hablar ante Davos ya no como una voz solitaria sino como representante del nuevo establishment, creía que podría tener un rédito político de esa gira.
Sin embargo, ocurrió todo lo contrario: su discurso generó críticas unánimes -incluyendo la interna del propio espacio libertario- y, lo peor de todo, corrió la discusión desde la economía hacia el terreno de los derechos civiles. Es decir, Milei le dio, involuntariamente, una carga de oxígeno a una oposición que venía alicaída y encontró una motivación para contraatacar.
El antecedente de la marcha universitaria
Milei no cometía un error de cálculo político igual desde el conflicto por el presupuesto universitario, hace un año. En aquel momento, después de haberse peleado con una larga lista de sectores con capacidad de presión -incluyendo a los sindicalistas y a los poderosos gobernadores provinciales-, cometió el error de enfrentarse con un símbolo del ascenso social apreciado por la clase media.
En aquella oportunidad, el gobierno, por un ahorro fiscal apenas marginal -3% del gasto primario- pagó un alto costo político, al generar una reacción que protagonizó, sobre todo, la juventud. Justamente el segmento social en el que Milei había basado su apoyo. Para peor, aquella masiva marcha de repudio posibilitó que políticos que habían perdido la conexión con la juventud universitaria y la clase media -desde Axel Kicillof hasta Martín Losteau, desde la cúpula sindical hasta Horacio Rodríguez Larreta-, recuperaran protagonismo y se sumaran a los reclamos.
También en aquella ocasión, el presidente tuvo que aclarar su posición en las redes, con un mensaje en el que tuvo que ratificar temas tan obvios como la gratuidad de la enseñanza pública y en el que acusó a la oposición de tomar «causas nobles» para usarlas en provecho propio.
En un llamativo parecido con aquel debate, ahora también el presidente tuvo que salir a hacer aclaraciones sobre temas que se consideraban ya fuera de debate -como que, por ejemplo, no habrá un retroceso en el matrimonio igualitario-.
Pero el efecto de la protesta ya está en marcha. Pocas veces se ha visto que un tema ponga en la misma vereda a Cristina Kirchner, Elisa Carrió, la izquierda troskista y a referentes del movimiento gay de orientación liberal.
Es por eso que el debate del momento entre los analistas es si la adopción de una postura radical «anti woke» -y, más concretamente, el deslucido discurso de Davos- constituyó un error de cálculo o si, por el contrario, es parte de una estrategia deliberada para polarizar el escenario político en un año electoral.
Milei hace control de daños
La preocupación del oficialismo quedó en evidencia por el súbito cambio de discurso. A esta altura, quedó en duda que pueda avanzar en el Congreso el proyecto de ley para abolir la figura legal de «femicidio», así como los cupos trans en oficinas estatales y la opción «no binario» en los documentos de identidad-. Era, a priori, una batalla perdida porque se sabe que los votos no darán en la Cámara de Diputados, de manera que si el proyecto sigue adelante será únicamente por un convencimiento interno de que instalar ese tema «paga» políticamente.
Por lo pronto, Elisa Carrió ya está avisando que considera esa iniciativa como posible violación a la constitución, puesto que «conlleva a una disminución o menoscabo en el pleno ejercicio de los derechos de todos los habitantes, contradiciendo el principio de progresividad de los derechos humanos, que impone a los Estados la obligación de adoptar todas las medidas necesarias para lograr su pleno ejercicio».
Más irónica, Cristina Kirchner le recordó a Milei que, por sus propios intereses, no le conviene enemistarse con el colectivo gay, dado que más temprano que tarde deberá pedirle favores económicos a al secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, que está casado con un hombre y tiene dos hijos por gestación subrogada.
Mientras tanto, se escuchan críticas hacia Agustín Laje, el presunto autor del discurso que Milei leyó en Davos, uno de los más fervientes ideólogos de la «ideología anti woke».
Y quien parece haber tomado el liderazgo en la comunicación fue Daniel Parisini, el combativo «Gordo Dan» de las redes sociales, que estableció el argumento que por estas horas están viralizando los libertarios -incluyendo al propio Milei-. El mensaje es una típica contraofensiva que marca contradicciones del peronismo en temas de género y derechos humanos.
«No marcharon cuando el presidente golpeaba a la mujer. No marcharon cuando Alperovich violaba a su sobrina. No marcharon cuando Espinoza abusaba de su empleada. No marcharon cuando dirigentes de su partido mataron una chica y se la dieron a comer a los chanchos. Pero marchan por un recorte editado de un discurso de Milei», escribió Parisini. Y ese argumento pasó a ser la base de la estrategia comunicacional.
Debate por el tono de la marcha
Paradójicamente, la mejor ayuda para Milei podría venir precisamente de los organizadores de la marcha. En los días previos se dio un debate respecto de cuál debería ser el tono y la forma, tanto a nivel de las consignas como hasta en la vestimenta de quienes participen.
Básicamente, la discusión es si debe ser -como en el caso de la protesta por el presupuesto universitario- una marcha que atraiga al público en general y que deje al gobierno en una postura de minoría «anti derechos» o si debe tener el tono de una marcha protagonizada por grupos minoritarios.
Más concretamente, hubo polémicas respecto de si se debe evitar los atuendos y las actitudes típicas de las marchas del orgullo gay o si, por el contrario, se debe visibilizar al máximo a las minorías, haciendo que la protesta del sábado sea protagonizada por personas ataviadas en modo «cosplay».
Quienes reclaman cierto recato en los «looks» temen que la marcha pueda generar el rechazo de sectores conservadores que, aun estando en contra de la política económica de Milei, puedan coincidir con puntos de la agenda «anti woke».
En las convocatorias se ha dado el título del «marcha del orgullo antifascista, antirracista y LGTBINBQ+». Pero también hubo otras consignas de corte más político como «anti extractivista», «anti ajuste» y «por el trabajo».
Para algunos, la fuerza de la marcha estará dada por el hecho de que tendrá un tono político y que concurrirán dirigentes de varios partidos, incluyendo a ex candidatos de Juntos por el Cambio.
Una fisura en el peronismo
En definitiva, la apuesta del gobierno es que la marcha termine por confirmar los motivos que llevan a buena parte de la población a rechazar el progresismo.
No se descarta, por caso, que la columna de la izquierda concurra, como ya es habitual en sus marchas, con banderas palestinas, algo que muchos ven como contradictorio con los reclamos feministas y de derechos gay.
Pero, sobre todo, la mayor incógnita atañe a una ya indisimulable interna en el peronismo. El sector más conservador, ligado a gobernadores del interior que en su momento se opusieron a la ley de interrupción voluntaria del embarazo, no mostró entusiasmo por la convocatoria. Hay, particularmente, una tensión creciente entre el grupo progresista y los seguidores de Guillermo Moreno, a quien ven como el líder del peronismo «con sentido común y que rescata los valores originales del movimiento.
La CGT quedó en una posición ambigua: dio una declaración de apoyo pero no comprometió una asistencia formal de su dirigencia.
Y en el gobierno creen que esa incipiente fisura puede ser beneficiosa en términos electorales: el espacio hacia donde más terreno tiene Milei para crecer no es tanto el del liberalismo del PRO sino el del conservadurismo del peronismo tradicional.
De manera que la consecuencia política de la marcha es una gran incógnita: dependiendo de cómo sea la manifestación y de quién acapare el protagonismo, puede convertirse en un momento de ruptura de Milei con su base electoral o, por el contrario, en una oportunidad de captar adhesiones en un peronismo que no quiere reconocerse en la agenda «progre».