De la cocina a las tradiciones: el legado portugués de cuatro generaciones en Comodoro Rivadavia

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“Mi papá siempre me decía: yo soy argentina porque nací en Argentina y tengo mi corazón en Argentina, pero no me tengo que olvidar de que la sangre que corre en mis venas también es portuguesa. Eso es algo que llevamos”, dice “Mimi”, con un orgullo que se siente en su voz, mientras apaga el fuego en la cocina de la Asociación Portuguesa. 

Ese sentimiento hoy la impulsa a compartir y difundir las tradiciones de su país para que sus nietos, León y Chloé, hereden un legado que se inició hace más de un siglo.

Es jueves y las mesas están repletas de comida en el salón que la Asociación Portuguesa tiene sobre la calle Belgrano. Falta un día para que inicie la Feria de Colectividades Extranjeras y Mimi cocina, sabiendo que el tiempo apremia.

El evento gastronómico y cultural se extenderá por tres días en el Predio Ferial de Comodoro Rivadavia y miles de personas visitarán el lugar, no solo para disfrutar de la experiencia culinaria, sino también para ver danzas típicas y rendir homenaje a todos los migrantes que alguna vez dejaron su país para soñar en estas tierras.

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“Esperame que apague el fuego”, dice Mimi para poder hablar con tranquilidad. Ella es cuarta generación de portugueses. Sus abuelos vinieron a la Argentina con sus hijos, y ahora sueña con que sus nietos también difundan y mantengan las tradiciones de sus antepasados.

El guardapolvo de Mimi es el mejor reflejo del trabajo de estos últimos días: horas largas, con poco descanso, pero con la satisfacción de saber que los sabores de sus abuelos llegarán a cientos de personas que visitarán el stand.

“Yo tengo dos ramales”, dice al comenzar a contar su historia. “Porque en las familias cada uno tiene su propia historia, obvio. Y en mi caso, mi mamá y mi papá son portugueses y vinieron juntos con mis abuelos”, cuenta a ADNSUR.

Mimi fue una de las cocineras de los filhoses de canuto que la Asociación Portuguesa tendrá en su stand. Foto: ADNSUR.

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Migrar a la Patagonia

Francisco Ventosa, su abuelo materno, fue el primero en venir. Tenía 17 años cuando se lanzó a la aventura. Era a comienzos de los años veinte y Francisco dejó atrás su pueblo natal para “hacer la América”.

Luego de pisar tierra en Buenos Aires, un conocido le comentó que en Comodoro Rivadavia había trabajo. La YPF estatal, por entonces, era un imán para los inmigrantes: el oro negro prometía una vida mejor para todos. Francisco enseguida entró a YPF como sereno, en una época en que el recorrido se hacía a caballo. Sin embargo, la soledad de la Patagonia lo aburrió y, al poco tiempo, decidió regresar a su Portugal natal.

Allí conoció a Custodia María Eusebio Ventosa, hija de un matrimonio acomodado, con quien se casó. A Francisco le gustaba la vida que tenían en Portugal, pero durante la dictadura de António Oliveira Salazar tuvo un altercado con un policía y decidió irse para evitar un juicio que lo habría llevado a la cárcel por una riña callejera.

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Francisco volvió a Argentina solo, con la promesa de regresar por su familia, y en 1949 su esposa y su hija, Custodia, que por entonces tenía 14 años, emprendieron viaje a la Patagonia.

Para entonces, Francisco había retomado su trabajo como sereno en YPF y había conseguido alojamiento en un conventillo de las calles Francia y Rivadavia. Para poder alquilarlo tuvo que comprar los muebles, objetos que Mimi aún conserva como recuerdos en su casa.

Francisco junto a su esposa y su hija Custodia. “Mi mamá llegó el 4 de septiembre del ‘49. Ella siempre dice en broma que el Día del Inmigrante se celebra por ella”, cuenta Mimi. Foto: Archivo familiar.

Su abuelo paterno, Antonio Sousa Faisca, tuvo un destino similar, aunque con un giro particular. Él emigró de Portugal en 1927 buscando un futuro mejor. Ya estaba casado con Hilda Sousa y su hijo Manuel tenía apenas un año. El hombre se instaló en Comodoro con la promesa de traer a su familia, promesa cumplió 23 años después, cuando se reencontró con su esposa y su hijo, ya todo un hombre.

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Antonio Sousa Faisca, su abuelo paterno, emigró en 1927 a Comodoro. Foto: Archivo familiar.

El amor a su tierra

Tanto Manuel como Custodia nacieron en Portugal y llegaron a estas tierras por decisión de sus padres. Custodia llegó con 14 años y un mes después cumplió 15. Manuel llegó a los 23; ya era un hombre, trabajaba como electricista y comenzó a desempeñarse en Petroquímica, donde estaba su padre.

Ambos se conocieron en el Salón Luso, ese lugar de la calle San Martín que fue centro de encuentro de los portugueses que llegaron durante gran parte del siglo XX.

Eran los años cincuenta. Los jóvenes solteros, recién llegados a la ciudad, se reunían en bailes bajo la atenta mirada de sus chaperonas. Cuenta Mimi que iban en grupo de amigos, vestidos con traje y sombrero. Allí coincidieron Custodia y Manuel. Finalmente se casaron en 1955 y fruto de su matrimonio nacieron Susete María y Fátima Beatriz, más conocida como “Mimi”.

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Los bailes tradicionales eran parte de la vida social del salón Luso. Foto: Archivo familiar.

Desde muy chica Mimi estuvo vinculada a la Asociación Portuguesa. Para ella es su segunda casa. “Yo pertenecí al primer grupo infantil que se armó en la asociación y toda mi vida participé de las actividades. Lo gracioso es que en los ‘90 volví a Portugal. Mi hermana fue la primera que regresó y vive allá actualmente. Yo me fui en el ‘98 y estuve 14 años viviendo en Portugal. O sea, ellos vinieron y nosotros volvimos”, dice entre risas sobre su proceso migratorio.

En 2012, Mimi regresó a Comodoro para estar cerca de sus padres y volvió a la Asociación Portuguesa, donde durante un tiempo enseñó el idioma. Ese vínculo se profundizó aún más cuando se jubiló, y se lo transmitió a su hija Gabriela, quien también fue parte de los grupos de baile. Hoy es el turno de León, su nieto de 5 años, quien ya tiene la nacionalidad portuguesa y pronto se sumará a las danzas. Mientras tanto, ella sigue cocinando.

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Gabriela, su hija, también formó parte del cuerpo de baile de la Asociación Portuguesa. Foto: Archivo familiar.

La mesa está llena de filhoses de canuto, esas masas dulces típicas que se fríen y se bañan en almíbar. “Esto se hace con un palo, después te explico cómo —dice sonriendo—. No lleva levadura, pero sí manteca, harina, sabores de naranja y aguardiente. Nosotros no tenemos mucho aguardiente, pero conseguimos grapa. También lleva un poco de anís. Se prepara, se deja descansar la masa, después se estira, se fríe con un palo, girando y dando vueltas, y al final se baña en un almíbar con cáscaras de limón y naranja.”

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Los filhoses son tradicionales en Portugal. Mimi aún recuerda las cenas calientes del Salón Luso cuando era adolescente, donde el postre era justamente filhoses.

“Eran hermosas esas cenas. Nosotros bailábamos y servíamos comida caliente. Había pulpo, por ejemplo, y colchón de arveja, que es una comida muy familiar portuguesa. Las mujeres sacaban las arvejas de las chauchas, era muy lindo”, recuerda.

Custodia, la mamá de Mimi tiene 90 años y migró con sus madre en 1949. En la foto junto a su bisnieta menor: Chloé. Foto: Fredi Carrera.

La charla va llegando a su fin. Mimi debe seguir cocinando para llevar los sabores de sus abuelos a quienes visiten el predio. Ella lo resume en una frase: la Asociación es parte de su identidad.

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“Es una cuestión de sangre. Mi papá siempre me decía: yo soy argentina porque nací en Argentina y tengo mi corazón en Argentina, mi corazón es argentino. Pero no me tengo que olvidar de que la sangre que corre por mis venas también es portuguesa. Eso es algo que llevamos. No nos olvidamos de la tierra de la que venimos. Por eso la Asociación es parte de nosotros. Mis padres colaboraron y yo, con cinco o seis años, ya venía al Luso. Entonces, es parte de mi vida”, dice con orgullo.

La pertenencia se construye en la memoria, en cada baile, cada plato y cada palabra de un abuelo a un nieto para transmitir la herencia de sus mayores: ese legado de sangre que hoy se busca mantener vivo en las nuevas generaciones.

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