Patología Milei

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Preferiría no convertirme en el contador oficial de los insultos del Presidente ante cada nuevo discurso o entrevista, pero me resisto a naturalizar los agravios y a que el análisis se limite sólo a si la economía está mejor o peor de lo que él afirma o qué dijo del desembarco de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires.

A contabilizar entonces.

En la última semana, Javier Milei pronunció dos discursos. Uno, ante empresarios en el Yacth Club de Puerto Madero; y otro, en el congreso de LLA en La Plata. En síntesis, entre ambos emitió los siguientes agravios: cinco parásitos mentales (+ un parásito), cuatro pelotudo (+ un pelotudez), tres ladrones, tres brutos, dos mandriles, dos mentirosos, dos imbécil, dos culo, dos ratas, dos estupidez, dos eunuco, dos inmundos, dos porquerías, dos depravados; y un orcos, boludos, chanta, genocida, impresentable, caradura, malnacidos, berretas, infectados, cagadores, basuras, nefasto y burros sin atributos. Y, apenas, un ensobrados.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Fueron 51 insultos en total. El tiempo de duración entre ambos discursos fue de 106 minutos (incluyendo el espacio para los aplausos y otras distracciones). A razón de casi un insulto cada dos minutos.

Es una novedad que el ranking de insultos esté encabezado esta vez por el calificativo “parásitos”. A la preocupante tendencia presidencial a deshumanizar a sus críticos asociándolos con animales como ratas, cucarachas y mandriles, ahora se agregó la vinculación con una enfermedad (ya los había llamado “virus”).

Quizá en algún momento esto llame la atención de las organizaciones que históricamente se mostraron atentas ante este tipo de discriminaciones que recuerdan instancias trágicas del pasado.

Esta semana emitió 51 insultos, uno cada 2 minutos. Además de deshumanizar a sus críticos al…

La violencia derrama. Los que guardan silencio, los políticos y empresarios que lo aplauden, los opositores que quieren congraciarse con él, los economistas que coinciden con sus medidas y los periodistas que buscan títulos que eviten mencionar tal desquicio, pueden seguir haciéndose los distraídos. Lo que ninguno de ellos podrá evitar es que la violencia que emana del poder derrame sobre la sociedad.

Los especialistas en estrategia política resaltan que Milei imita el formato de comunicación de lo que llaman “nueva derecha”, como los casos de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Pero también Hugo Chávez se caracterizaba por insultar a sus adversarios. En todo caso, la agresividad discursiva de la política habitualmente se relaciona con los gobiernos populistas, más allá de su ideología, que utilizan como arma comunicacional el efectismo y la simplificación de la realidad entre buenos y malos.

Pero Milei no tiene nada que ver con ellos.

En principio, porque Milei es instinto, no estrategia. Primero está el impulso psicológico que lo lleva a ser como es. Recién después llega la estrategia de Santiago Caputo que intenta acomodar las eventuales patologías de su cliente a las necesidades del Gobierno.

Por eso sería injusto, tanto para Milei como para los Trump del mundo, cualquier comparación en ese sentido.

Nadie, salvo él, agrede a razón de un insulto cada dos minutos. No hay otro líder que postule el anarcocapitalismo como proyecto social y económico. Y puede que Trump, Bolsonaro, Chávez y otros como ellos, tengan o hayan tenido derivas místicas, pero sólo Javier Milei cree haber recibido directamente de Dios la misión de salvar al planeta del “Maligno”, con la ayuda de su hermana Karina (la reencarnación de Moisés, según dice) y de su perro Conan (quien oficia, según los hermanos, de intermediario celestial con el “Uno”).

Secuelas. Desde que Milei es Milei, se relacionó su brutalidad discursiva y su carácter intempestivo con los sufrimientos que vivió desde niño y que él contó hasta llorar: el bullying juvenil y la violencia de sus padres.

Fernando Ulloa, uno de los fundadores de la carrera de Psicología de la UBA, se dedicó a analizar el concepto de crueldad como sociopatía. Ulloa falleció en 2009 y no llegó a conocerlo, pero sus estudios reflejan lo que pueden ocasionar ese tipo de castigos y lo que significa ser un “sobreviviente” con secuelas graves: personas que tienden a reproducir, sin ser conscientes de ellos, la crueldad que sufrieron desde niños.

Los psicólogos sostienen que existen terapias que ayudan a atemperar ese dolor y a evitar la reproducción de esas conductas. ¿Las recibió Milei? Según su biografía no oficial, el único psicólogo que se le conoció fue el que lo atendió hasta que falleció en 2020 durante la pandemia.

Como para ser Presidente de la Argentina no hace falta ningún test psicológico ni la obligación de informar sobre su estado general de salud, no se sabe si Milei hoy cuenta con un profesional de confianza al que consultar o con ayuda terapéutica. Tampoco se sabe si toma medicamentos a causa de algún padecimiento o enfermedad.

Lo único que conocemos es lo que se ve y lo que sale de su boca cuando habla.

Esta semana, por primera vez, Milei asumió el tema de su propia crueldad: “Sí, soy cruel”, reconoció.

Aunque no lo hizo como un acto introspectivo, en busca de saldar en público sus heridas más íntimas. Lo hizo para redoblar su violencia discursiva: “¡Soy cruel kukas inmundos, soy cruel con ustedes, con los gastadores, con los empleados públicos, con los estatistas, con los que les rompen el culo a los argentinos de bien!”

Hay otra característica de Milei que lo diferencia de cualquier mandatario: su nivel extremo de hiperbolismo. Lo que en psicología también se relaciona con el síndrome de la crueldad.

Por ejemplo, en los dos discursos mencionados, habló del suyo como “el mejor gobierno de la historia”, con un gabinete de “gigantes y colosos” que le “demostró al mundo el gran milagro argentino”, “la gran transformación que realizamos” en “una gesta patriótica”. “Somos el primer gobierno que cumplió con todas las promesas”, “capaz de dar una clase de macroeconomía a nivel mundial”, que hizo “el ajuste más grande de la historia de la humanidad” y “las reformas estructurales más grandes de la historia”.

Los que se aprovechan de él. En la última semana también recrudeció su incitación al odio hacia los periodistas. No pasó un día en que no lo promocionara en sus redes con “No odiamos lo suficiente a los periodistas” o provocaciones similares.

… compararlos con animales, ahora los llama “parásitos” e “infectados”. Ya les había dicho “virus”

El caso de la incitación al odio llegó a los tribunales no porque la Justicia actuara de oficio, sino porque lo hizo el fundador de Perfil, Jorge Fontevecchia. La causa recayó en el juzgado de María Capuchetti, con la intervención del fiscal federal Gerardo Pollicita. Se investiga si sus reiteradas menciones encuadran dentro de los alcances del artículo 3° de la ley 23.592 que castiga a “quienes por cualquier medio alentaren o incitaren a la persecución o el odio contra una persona o grupos de personas”.

Hasta ahora, la Justicia le ordenó a la División Técnica de la Policía, que depende de la ministra Bullrich, que determine si los dichos que salen de la cuenta oficial de Javier Milei son los dichos de Javier Milei.

Que sigamos haciendo de cuenta de que todo esto es normal, no significa que lo sea.

Es cierto que sus dramas juveniles ayudan a entender a este hombre, pero también es cierto que la sociedad no tiene la culpa de que su Presidente haya padecido tanta crueldad sin la contención terapéutica adecuada.

Esto no quita que una parte de la sociedad hoy pueda aprovecharse de él por considerarlo políticamente funcional con el objetivo de una ruptura total con lo conocido.

No deja de tener lógica.

Tampoco deja de ser una apuesta de consecuencias impredecibles.

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