Como un espejo del monte, de Ignacio de Lucca

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“Más allá del gesto puramente estético, en este punto la obra de Ignacio de Lucca también se convierte en un acto político. Un pliegue que deja huella en el tiempo. Los paisajes de Ignacio no son paisajes, son un manifiesto que nos conduce a interrogar el espacio asignado al arte en la defensa de lo Otro, de otras formas de vida”, dice en el texto curatorial Rodríguez Mayol.

Formado también como arquitecto, el artista visual indica que haber transitado la carrera de arquitectura le dio una visión bastante amplia del estudio de las formas. “Creo además que mi obra, por la organicidad y representación de las formas vegetales, tiene cierta complejidad en su construcción y eso viene del arquitecto que está por ahí dando vueltas”, empieza diciendo el artista.

Los colores. En la obra de De Lucca puede verse una fuerte presencia del color blanco, que funciona como una suerte de vacío, de silencio. “Creo que representa el grado cero, el punto inicial para pintar. Ese vacío de alguna manera siempre funciona en mi obra como una especie de contraforma donde lo pintado, el color y la forma son tan importantes como el recorte, la presencia del vacío y el blanco inicial”.

Con un fuerte anclaje en lo territorial, las piezas hablan del paisaje misionero, de su fauna y de su flora. “Creo que esa es mi fuente de inspiración; por otro lado en la paleta de colores es muy fuerte la presencia del rojo y el verde, muy típicos de Misiones”, reflexiona.

Arte social. En sus pinturas de Lucca pone en primer plano a la naturaleza pero la pinta casi como un reino paradisíaco, intocado: “De alguna manera es un acto muy contrastado con lo que sucede hoy, con lo catastrófico de la destrucción del medio ambiente y del cambio climático. Creo que mi obra trata de presentar todo lo contrario, ese espacio simbólico, de reserva, de espacio de lo humano”, finaliza.

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