El mejor infarto de mi vida: la increíble historia de la pareja que salvó al escritor Hernán Casciari

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Del otro lado del teléfono, Javier Artigas Herrera y Alejandra Oddone se imaginan como los personajes que en la pantalla encarnan Rodrigo Gracia y Romina Peluffo. Cálidos, amables, divertidos, hasta hay en su tono de voz algo que repone los rostros de los actores que los componen en “El mejor infarto de mi vida” y que cuentan no sólo la increíble historia del infarto del escritor Hernán Casciari sino la más increíble historia de qué les pasó “a los uruguayos” después de ese infarto.

La serie, recientemente estrenada por Disney, ya desde los créditos explica que está basada en el libro del escritor argentino y en la vida de Javier y Alejandra. La historia de lo que le pasó a Casciari el 6 de diciembre de 2015 es bastante conocida porque él la contó varias veces, incluyendo ese libro y sus columnas radiales. También contó lo que sucedió después con Javier y Alejandra, aunque en este caso el gran público sabe menos detalles.

La ficción toma las bases y se permite licencias para darle un vuelo narrativo a un relato que, como tantas veces con la realidad, si lo hubiera escrito un guionista se lo habrían rebotado por inverosímil.

Pero la vida siempre corre esos límites.

Si el lector/a no vio la serie ni tampoco conoce la historia, alerta spoiler: abandone aquí esta nota. Si sí, sigamos adelante.

Concha, la bailaora, no existe en la realidad. Sí Julieta, la pareja del escritor, a quien –como Concha– había conocido sólo días antes del viaje a Uruguay.

De Javier y Alejandra, los trazos que perfiló el guión de la serie de Disney son bastante precisos. La pareja tenía un buen pasar y cuando él renuncia a su trabajo para tomar una mejor posición en otra compañía, descubre tras los preocupacionales una poliquistosis renal, que le implicó dializarse cuatro horas tres veces por semana a la espera de un trasplante renal.

Se quedó sin empleo, sin cobertura médica y, con los ahorros que empezaron a desvanecerse, la pareja puso en una plataforma de alquiler temporario la casa de huéspedes que tiene junto a su casona de 1911 en el coqueto barrio del Prado, en Montevideo (la locación de la serie es otra casa, en Vicente López).

Javier y Alejandra con parte del equipo de producción de la serie, en una foto de 2021. Foto Instagram @aleoddonegalain

Casciari no fue el primer huésped, sino el último. Habían tenido varios antes. Y si bien la experiencia del escritor fue “trágica”, como la describen, muchas de las previas también podrían haberse colado en una serie. Eligen contar dos:

1. Cuando cayeron ocho chicas alemanas y una austríaca de unos 20 años en pleno verano, y lo primero que hicieron fue desnudarse y tirarse a la piscina del jardín. “Nos quedamos boquiabiertos. ¿Esto es una cámara oculta? Estábamos sorprendidos, decís, ‘guau, qué libertad’, pero ¿qué hacés? ¿Les decís ‘bienvenidas, y te vas’?”, van sumando ambos entre risas.

2. Cuando llegó un chico de EE.UU. con dos chicas rusas. Se quedaron cinco días en la casa con todas las ventanas cerradas y sólo salían a buscar comida. “Hasta que se empezó a cortar Internet y me di cuenta: estaban stremeando porno. Les golpeé la puerta y les dije que no pase más porque iba a llamar a la policía. Y volvió Internet”, cuenta Javier.

Hubo otras experiencias negativas y ya estaban un poco desgastados de recibir huéspedes, más en el contexto personal que estaban atravesando. Cuando llegó Casciari, les pareció introvertido, no calzaba con el estereotipo que tenían de un escritor. Pero no hubo con él ningún inconveniente, hasta el día que Hernán se infartó en el jardín.

Alejandra estaba sola en la casa porque Javier estaba navegando con un grupo de amigos –ya se contará quiénes y por qué– y no dudó en responder el pedido de ayuda de Julieta. Cuenta que fue más difícil de lo que se ve en la serie porque Julieta es muy menuda y prácticamente ella lo subió sola al pequeño auto con el que atravesó Montevideo corriendo contra el tiempo.

Alejandra Oddone, en el balcón de la casa. Foto Instagram @aleoddonegalain

¿Se metió en contramano por un túnel? Dice que no, pero no quiere entrar en detalles de las cosas que hizo, y se entiende: la vida de un hombre estaba literalmente en sus manos, en las manos que iban aferradas al volante, hasta que, sí, se encontró con unos policías.

“No dije ese código que se ve en la serie, pero les pedí que me hicieran una cápsula porque sabía que los presidentes viajan así y te permiten hacer un trayecto casi de inmediato. Los polis fueron unos genios”, enfatiza la mujer, que por su trabajo tenía conocimientos de ceremonial.

Resumiendo lo que sigue, llegaron a un sanatorio, allí estabilizaron a Casciari y lo trasladaron a otro de mayor complejidad, le pusieron los stents, Alejandra donó sangre, se quedó acompañando a Julieta, recibieron en su casa a Chichita, la mamá de Hernán, no le cobraron los días extra.

Ahí Javier se pone enfático. “Lo de Hernán fue una tragedia. Es moral solidaria. No hay heroísmo, no hay nada. La gente te dice ‘Qué héroes’. ¡Pero no! Si se cae una señora en la esquina, ¿qué hacés? La subís al auto y la llevas al hospital”, afirma sin dudarlo.

De ficción. Romina Peluffo y Rodrigo Gracia, los actores que encarnan a Alejandra Oddone y Javier Artigas Herrera en la serie con el auto clave en la historia. Foto Disney+

Y con Alejandra se van pisando para resaltar lo que, para ellos, es un gran valor de la serie. “Siempre se remarca cuando hacés una viveza o engañaste a alguien, pero las cosas normales, ayudar a alguien, parece nada. Se recalcó una cosa que a pesar de ser normal, se convirtió en un hecho rarísimo en ese sentido. Rarísimo debería ser que no feliciten a los médicos que salvan 15 personas por día, a las enfermeras que ayudan a que nazcan los niños, a quienes trabajan en salud mental. Esos son los héroes”.

Cadena de favores

La pareja tampoco tiene una visión romántica. “Vos decís las cosas buenas pasan, a veces, pero pasan. No hay tampoco que tener un positivismo exagerado y pensar que si te portas bien, todo te va a salir bien, porque no siempre pasa así. Pero de este evento derivaron cosas buenas que nadie podía imaginar”, anticipa Alejandra.

Y destaca, desde su propia experiencia personal, el mensaje que encierra la serie. Después de que pasó lo de Casciari, decidieron sacar la casa de Airbnb. “No podíamos más. No podíamos más con nuestra alma. Cuando estás en lo peor que te puede ir en la vida, enfermo, deprimido, no podés ver qué va a pasar en un futuro. Nosotros veíamos desgracia, más desgracia y cosas horribles. ¿Qué puede ser peor, qué más me va a pasar? Me voy a morir de cansada”, recuerda.

Pero, ahí, la luz que cambió todo, y lo que quiere transmitir: “Para el que está al límite, que resista un día más, una semana más, un mes más. Quizás hay que esperar el tiempo para encontrar la salida. Las salidas maravillosas no salen en el momento. Hay que esperar, insistir y resistir”.

Aún recuperándose, Casciari escribió la reseña en Airbnb que se hizo viral. «Excelente vivienda para huéspedes sedentarios y con propensión al infarto de miocardio», empezaba el texto.

Se fue de la casa el 15 de diciembre. La pareja se tomó un tiempo para procesar todo lo pasado, y aceptó la invitación del hermano de Alejandra de descansar en Año Nuevo en Playa Verde, un localidad a 100 kilómetros de Montevideo.

El 31 de diciembre estaban viajando en el auto a Playa Verde cuando, antes del primer peaje, recibieron el mensaje de Joe Gebbia, uno de los fundadores de Airbnb, diciendo que quería ir para allá. Para el segundo peaje, otro mensaje: “Acabo de conseguir vuelo, salgo para allá”.

La serie no llega a describir este momento: me quería matar. Cuando le decís a alguien ‘Vení cuando quieras’, no es literal, que te dice voy para ahí. Creí que mi vida terminaba. ¡No quería que viniera ningún billonario! Quería estar sola y descansar del agobio”, relata ella.

Pararon en la única estación de servicio de la ruta, compraron algunas cosas, pasaron Año Nuevo casi sin comer y sin brindar, y a primera hora de la mañana estaban en Montevideo para recibir a Gebbia.

Javier Artigas Herrera, en una charla TED que dio contando su historia. Foto YouTube

Lo que sucedió después, y que es la historia de Alejandra y Javier que cuenta la serie, es que Gebbia terminó consiguiendo el financiamiento para Connectus Medical, una plataforma que había desarrollado Javier y que recién estaba online en una versión muy beta para cuando el empresario se alojó en la casa.

Connectus Medical conecta a viajeros con centros de hemodiálisis en todo el mundo. Hoy tiene 167.000 pacientes registrados y 8.000 centros de diálisis en 150 países, y le brinda una solución única a las personas en diálisis que necesitan o quieren viajar: les asegura la coordinación del tratamiento. Surgió, de vuelta, de la experiencia propia.

“En 2014 viajé por trabajo a Córdoba y el médico había previamente coordinado con un centro de hemodiálisis. Cuando llegué a las 6 de la mañana, no me tenían anotado y no me pude dializar. Me volví manejando a Montevideo pensando que esto no podía volver a pasar, le conté a Ale y empezamos a ver de qué manera hacerlo”, recuerda.

En la vida real, Javier le contó este proyecto a Gebbia en una charla casual en uno de los 10 días que se quedó en su casa porque el empresario googleó sus nombres y lo encontró: “Nunca se me ocurrió decírselo, no linkeé ‘Este tipo es dueño de una plataforma millonaria y yo tengo esta idea’”, asegura. No fue en la sala de hemodiálisis como muestra la serie, a pedido de Carlitos, otro de los pacientes.

¿No hubo un Carlitos para Javier? Aquí, Artigas se emociona. Y, quebrado, cuenta que no hubo un Carlitos: hubo ocho. Sus compañeros, sus amigos, con los que compartió largas horas hablando de todo, de la vida, mientras se dializaban. Javier se trasplantó, pero sus ocho compañeros murieron. De ellos guarda montones de recuerdos, esas charlas en las que conoció más de ellos que sus propias familias, las salidas a comer después de cada sesión, los asados y los sábados en que se iban a navegar en la lancha de Gerardo. Ahí estaba cuando Casciari se infartó.

Romina Peluffo y Rodrigo Gracia, los actores de la serie. Foto Disney+

“Soy muy metódico y contabilicé 1.824 horas laborales perdidas en la diálisis. Pero como siempre digo, la diálisis es una segunda oportunidad”, sostiene Javier, que también quiere tener un recuerdo para su padre.

“De él heredé la enfermedad, se murió muy joven, a los 48 años, el 11 de agosto de 1988. Siempre me decía Chiquilín de Bachín, pero yo nunca supe por qué. A mí me trasplantaron el 9 de agosto de 2017. El 11 de agosto, un domingo, me vino a visitar uno de los nefrólogos que me atendió, Gerardo Pérez. Y trajo un bandoneón. Le pedí que me toque Adiós, nonino, me tocó milongas argentinas, y en un momento buscó en sus partituras y me dijo ‘Te voy a tocar un tango que no es muy conocido y se llama Chiquilín de Bachín. Y ahí me largué a llorar”, relata y conmueve.

También se larga a llorar cada vez que ve el capítulo 3 de la serie. “Se habla del éxito, tengo esto, o lo otro, hay mil maneras de validar el éxito. Para mí es tener un riñón que me está dando calidad de vida. Es seguir disfrutando la vida. Y saber que seguís siendo frágil y vulnerable”, deja Javier, en otras de las tantas enseñanzas de esta historia increíble y real.

AS

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